Cine tropical

Cine Tropical: con limones, limonada

La noche del 27 de julio de 2019 se proyectó en La CALA la integral de EL TERCER ACTO, un proyecto de Aitana Carrasco, Pep Carrió, Diego Fermín y Grassa Toro. En los créditos finales aparecía esta mención: El Tercer Acto se adhiere a los principios del Cine Tropical. Obvio.

El Experimento de verano de 2014 en La CALA se tituló Deprisa. Se trataba de hacer cine y, como en los anteriores Experimentos de verano, se trataba de hacer algo que no habíamos hecho y que no sabíamos si sabíamos hacer.

Los medios materiales con los que contábamos eran tres cámaras fotográficas con sistema de grabación de vídeo, tres ordenadores portátiles, una mesa de mezcla de sonido, varios instrumentos de música, una casa donde albergarse y trabajar.

Los participantes, tres artistas plásticos, un fotógrafo y un escritor, decidimos en modo asambleario iniciar la filmación sin guion previo y sin diferenciar los roles habituales en una producción cinematográfica (dirección, actores, música, iluminación, etc.). Era verano, era de noche.

La estrategia a seguir era ponerse a caminar e ir tomando decisiones conforme los cuerpos de los cinco se confrontaran con el paisaje y con objets-trouvés en el paseo. Todavía no habíamos leído a Robert Bresson respondiendo en una entrevista de 1967 con estas palabras: “Me obligo a inventar sobre la marcha, instantáneamente. Estoy en contra de ese sistema que consiste en preparar las cosas de antemano, con croquis, de hacer un plan preciso de lo que debe suceder en unos decorados construidos por un decorador. Espero lo inesperado, busco la sorpresa.”

Cumplimos con nuestra bressoniana decisión. Cinco días después estaba filmado, editado y sonorizado Un Jonás, corto de 3’48’’ de duración.

Sin pausa, se inició el rodaje de Un gran pez, Stop Motion de 2’40’’ en el que únicamente se utilizaron cartones y basura. Las diferencias con el precedente eran: el uso del color, la desaparición de seres humanos, el rodaje en plató y haber partido de un mínimo guion literario.

Rodajes de Un Jonás y Un gran pez.

Durante los días de ese tercer Experimento de verano empezamos a hablar de cine tropical, lo hacíamos en tono festivo, para que la paradoja nos consolara de la aridez de la tierra que pisábamos cada día, el paisaje de Chodes que da la espalda a la vega.

En 2015 iniciamos un nuevo proyecto cinematográfico, titulado Cuando doblo. En su inicio: dar forma a una antología de sueños propios recopilada por una de las participantes. La idea era producir un corto por sueño, sin fijar de antemano el número de cortos. El equipo estaba formado esta vez por dos fotógrafos, dos artistas plásticos y un escritor.

Durante la realización de los primeros cortos de la serie, que llegaría a contar con dieciséis volvió a aparecer el nombre, ahora con alguna mayúscula: Cine Tropical. Esta vez nos atrevimos a dotarle de significado, la forma elegida para hacerlo fue la de manifiesto, tenía un solo punto: “Con limones, limonada”. Lo hicimos público el 31 de diciembre de 2015.

Rodajes de Cuando doblo.

Deprisa y Cuando doblo se hicieron con los limones que teníamos a mano, con nada más. Hacer cine con lo que hay delante en el preciso momento en el que uno decide hacer cine no es una alineación en las filas del Arte povera, ni un ejercicio de resignación, ni un juego más o menos Dadá; es, antes que nada, un ejercicio de percepción, el necesario para responder a la pregunta ¿qué tengo? Puede parecer que la pregunta y el ejercicio se caen por su propio peso, pero basta recordar las veces que hemos respondido “nada”, y había limones; y las veces que hemos respondido “limones” y eran naranjas.

Identificado lo que tenemos a nuestro alcance, la siguiente pregunta es qué se puede hacer con ello.
El tercer paso es una cadena que empieza por uno de estos dos eslabones que se repiten en bucle: hacerlo-aprender a hacerlo-hacerlo-aprender a hacerlo…

Para Cuando doblo el inventario de limones daba lo siguiente: cinco personas, varias cámaras fotográficas con opción de vídeo, dos micros externos, cuatro ordenadores portátiles, dos trípodes, abundante vestuario femenino, un centenar de sueños redactados por Aitana Carrasco, una barra de pintalabios rojo, el mundo entero como plató, tiempo.

Con eso se podía dar el segundo paso, decidir qué se puede hacer, decidimos hacer cine. ¿Qué es el cine? Una obra de arte que se construye con imágenes en movimiento y sonido. Quizás la mayoría social no exija la primera parte de la definición, el que sea una obra de arte, nosotros sí. En la definición no aparecen términos relacionados con la producción, distribución, exhibición, de la misma manera que cuando se define la pintura no se hace alusión a su coste o al espacio físico que acabará ocupando.

Lo hicimos, este es el tercer paso: aprendimos, hicimos, aprendimos, hicimos.

Pudimos hacerlo porque las nuevas tecnologías digitales, permiten el presagio que formulara Bresson en 1963: “Creo en el porvenir de las películas hechas al margen de la producción oficial, con cámaras y magnetófonos poco costosos, y alejadas de los terriblemente contagiosos estudios”.

Hacer cine ya no es una cuestión de dinero. Ni de falta de dinero.

El Cine Tropical puede ser barato o caro, disponer de recursos mínimos o poner en marcha maquinarías de producción millonarias: el manifiesto permanecerá imperturbable ante las más variadas realidades: “Con limones, limonada”.

Lo importante del Movimiento es que la obviedad en la que se fundamenta: “casi todo el mundo puede hacer cine” (y digo casi todo el mundo para no caer en un eurocentrismo de suplemento dominical), libera deseos encarcelados entre los barrotes de un imaginario, hasta hace poco bastante real, que ponía como premisa para la acción condiciones económicas inalcanzables para la mayoría.

Ya no; los deseos pueden hacerse realidad, hacer es el verbo clave. ¿Quién no tiene limones, una cámara, un ordenador, una idea y una amiga, incluso dos amigas?

José Luis Guerín, dando vueltas a este asunto antes que nosotros, habla de una nueva ética de la producción y nos obliga a pensar en un concepto amplío de la economía, que tiene que ver, por qué no decirlo, con un concepto también amplío de la ecología.

Es este cambio de paradigma, este dejar atrás producciones donde primaba el resultado industrial capaz (o no) de generar beneficios a partir de unos costes enormes, este nuevo entender el cine y entendernos a nosotros mismos lo que nos va a permitir cosas tan interesantes como estas: filmar en espacios naturales o arquitectónicos que no sufren modificación alguna; utilizar la luz y los cambios de luz del propio espacio de filmación; realizar sesiones de filmación alejadas en el tiempo; reducir la separación de roles hasta quedarnos en algo parecido a una autoría (individual o compartida); decidir la duración de cada película sin condicionantes de exhibición comercial; actuar sin la obligación de ser actores; o reducir el maquillaje a una barra de labios.

Au revoir, industria. Salut, arte.

El Cine Tropical ya estaba inventado, fue lo primero que se inventó: el cine de los inicios del cine era Cine Tropical.

En La CALA la denominación y el manifiesto nos animaron y nos siguen animando a la acción, que no es poco; y es la acción, filmar, lo que nos permite pensar sobre las posibilidades del cine como acto de creación y específicamente como acto de creación artística, que es lo propio de esta casa.

Títulos, fechas, nombres de los creadores, y películas relacionadas con el Cine Tropical pueden consultarse en lacala.es/cine-tropical/