¿Un juguete puede ser una obra de arte? ¿Una obra de arte puede ser un juguete?

No son preguntas habituales. Leamos.

En 1933, Johan Huizinga inaugura el curso en la Universidad de Leiden con una conferencia titulada: “Los límites del juego y la seriedad en la cultura”. Huizinga fecha el prólogo de su Homo Ludens en junio de 1938; para aquel entonces escritores, pintores, escultores, artesanos, pedagogos, sicólogos, periodistas y empresarios ya son conscientes de que hay pocas cosas tan universales como el juego y el juguete. No ser el primero en escribir sobre el tema no merma a Homo Ludens la condición de libro fundador. A Huizinga se le quedan cortas las descripciones del ser humano como Homo sapiens y Homo faber, y propone que el nacimiento de la cultura es consecuencia del juego. Se sirve para argumentar su afirmación de etimologías, relatos míticos e históricos y una amplia capacidad de observación reflexiva que le permite ver el juego en terrenos tan dispares como el derecho, la guerra, la poesía, la filosofía, la música, prácticamente en todos los terrenos de la vida, a excepción, oh, sorpresa, de las artes plásticas.

Cuando Huizinga habla de juego, habla de reglas, de porfía (así aparece en la traducción), de competición, de ambición por ganar, por ser el mejor. Desconozco si fue su intención primera o última, pero complace imaginar que Roger Caillois fue capaz de escribir un libro entero con el fin de responder treinta años después a Huizinga, y es que el esfuerzo hecho por este merecía otro de pareja proporción. En Los juegos y los hombres (nótese la sutileza de la escisión) Caillois amplía la noción de juego más allá de la competición y, como él mismo dice, amplía la teoría para dar cabida al simulacro, el azar y el vértigo, admitiendo que no todos los juegos tienen reglas y reconociendo la importancia de los objetos en muchos de ellos, vale decir del juguete.

En 1980, Jean Duvignaud publica El juego del juego, movido por una constatación que hace explícita: necesita pensar sobre el juego de manera diferente a como lo han hecho Huizinga y Caillois, parte para ello de varias preguntas tremendamente atractivas: “¿Podemos dar cabida a fenómenos que no se reducen ni a la posición que ocupan en un sistema o un conjunto, ni al ejercicio de un papel que ayude la funcionamiento de una sociedad?” “¿Qué hacemos cuando no hacemos nada?”. Abre Duvignaud camino para ocuparse del juego sin reglas y para, en consecuencia, diferenciar entre juego y juguete, diferenciación que nos interesa si queremos buscar respuesta a nuestras preguntas iniciales. Al tiempo, explora las relaciones del juego con el arte y, más allá, con los actos de creación cotidiana que no son artísticos ni culturales, donde encuentra la manifestación actual del juego, todo aquello que es inútil, improductivo, festivo: el nomadismo, los conciertos de música pop, la búsqueda del sol bronceador, los moteros, los bricoleurs, los vagos.

Leer estos tres libros a un tiempo ofrece el goce que proporciona una conversación en la que la tarea de seducción se entrega al pensamiento y no a los polvos del maquillaje. Los tres guardan además sorpresas insospechadas: la teoría sobre el uso de la peluca masculina en el S.XVII (Huizinga); las referencias a la feria ambulante (Caillois); una definición acertada de Kitsch (Duvignaud).

Leídos estos tres ensayos (son ensayos), la biblioteca se bifurca, quedan a un lado los libros dedicados a juegos, amplias misceláneas como la del Libro de juegos, escrito e ilustrado por Kate Greenaway, que empieza con un juego de lenguaje: “Quiero a mi amor con A”, y donde encuentran espacio clásicos como el escondite y la comba; también la monografía dedicada a juegos al aire libre publicada por la PAI, Entantarabintantinculado, referencia ineludible en este terreno.

Al lado de los libros de juegos, se ordenan y desordenan los libros sobre juguetes; están los que se centran en el relato histórico: Histoire du jouet, de M.M. Rabecq-Maillard (1962); El juguete en España, de José Corredor-Matheos (1999); Le jouet. Histoire d’un objet de rêve, de François Desbiez (2007). Son obras de divulgación donde cabe el dato documental, la referencia histórica, la anécdota más o menos biográfica, el discurso afectivo y, sobre todo, amplias y valiosas colecciones de imágenes, en su mayoría fotográficas.

Otros estudios circunscriben las historia a lugares concretos de producción, es el caso de Histoire du jouet, depuis le Jura, berceau du jouet, de Yvan Lacroix, (2014), o de La ciutat de les joguines. Barcelona 1840-1918, de Pere Capellà Simó (2014), que se aleja de los anteriores por la minuciosidad de la investigación y por la capacidad para establecer relaciones entre sociedad, economía, política, cultura, teniendo siempre como ejes vertebradores la producción de juguetes en Barcelona y en parte de Europa, y la importancia otorgada a la infancia en ese periodo histórico.

Fuera de estos grupos, cuatro libros establecen relación directa entre arte, juego y juguetes. Los cuatro coinciden en ser catálogos de exposiciones.

En 1981, L’Atelier des Enfants del Centre Georges Pompidou, de París, propone: À vos jeux… des formes, des lignes, de couleurs, exposición, talleres, y publicación que se ocupan del juguete pensado para “despertar la sensibilidad estética y la creatividad de los niños”. Se convoca al efecto a fabricantes: Danese, Nathan, Ravensburger; Museos: Rijksmuseum, Museo de Brooklyn, Riksutställmingar, Museo Réattu d’Arles, Museo de Artes Decorativas, Museo del Juguete de Poissy, Museo Nacional de Educación de Francia. El juguete educativo, de construcción, de invención, de arte, culmina con esplendor en esa época una historia de casi cien años, justo antes de que se popularice la tecnología digital.

Aladdin Toys. Les joguines de Torres-García es el catálogo de la exposición que comisarió Carlos Pérez en el IVAM de Valencia en 1997, la primera monográfica sobre los juguetes del artista después de que dejara Paris en 1932. Vencer este enorme paréntesis de silencio y presentar una gran cantidad de obra y documentación convirtieron exposición y catálogo en algo parecido a un hito. Torres García escribió abundantemente acerca de la infancia, el dibujo infantil y los juguetes; en 1916, en un texto titulado “Joguines d’art” expone una idea tan interesante como poco aceptada popularmente: “En primer lugar hay que pensar que el niño se mueve sobre realidades, no sobre cosas fantásticas e inexistentes que todos llevamos dentro, el pasado no le interesa, ni la poesía, pero su visión intuitiva le conduce al verdadero conocimiento, que incluye la más pura y real imagen estética”. El artículo se reproduce en otro catálogo, el de la exposición La infancia del arte, comisariada por Emmanuel Guigon (Museo de Teruel, 1996).

En 2002, Pietro Bellari, Alberto Fiz y Tulliola Sparagni comisarian L’arte del gioco. Da Klee a Boetti para la Región autónoma del Valle d’Aosta, en Italia. Lo que para Huizinga era un tarea casi imposible: identificar el juego en las artes plásticas, aquí se convierte en una rotunda defensa de esa relación argumentada con la exhibición de obras de, entre otros: Remedios Varo, Jean Tinguely, Alberto Savinio, Niki de Saint-Phalle, Takashi Murakami, Bruno Munari, Aldo Mondino,Paul Klee, Marcel Duchamp, Fortunato Depero o Enrico Baj, y con el desarrollo de un discurso teórico revelador que se apoya en la filosofía, la antropología, la estética. Lo deja claro Albert Fiz: “Poner en juego el juego es uno de los aspectos fundamentales del arte del S.XX, que propone en diferentes niveles un proceso de simulación nada diferente del de las niñas jugando a muñecas. La seducción del arte, como la del juego, reside en la ilusión, en la apariencia, en la metamorfosis que la separa de lo cotidiano y por esta razón lo supera y va más allá”.

Arte ingenuo es el título elegido por la Diputación Provincial de Huesca para exponer por primera vez una parte de la Colección Santos Lloro (Huesca, 2020). Arte ingenuo quiere ser un concepto que abarca, en esta ocasión, objetos artesanales anónimos, obras plásticas de artistas reconocidos, dibujos infantiles, aleluyas populares, algunos inclasificables y… juguetes antiguos. Reconocer en algunos juguetes la categoría de arte amplía la definición, siempre cambiante, de este, y nos invita a poner en práctica uno de los principios básicos del juego: todo es posible, principio que lo relaciona, si no lo identifica, con la imaginación.

Ingenuidad, ilusión, imaginación, la letra i del diccionario, todavía guarda una palabra para seguir hablando de los juguetes: intuición. Nicolás Witkowski publicó en 2011 Petite métaphysique des jouets. Éloge de l’intuition enfantine. Recupera en el libro episodios de juego de la infancia de importantes científicos (Plateau, Maxwell, Mach, Einstein) para establecer una relación entre esos juegos y los descubrimientos que llevaron a cabo en la edad adulta: “Si consideramos que un descubrimiento científico resulta siempre de un punto de vista original sobre cosas vistas una infinidad de veces, podemos, sin demasiado riesgo, plantear la hipótesis de que un buen científico es el que ha guardado las huellas de su infancia y una cierta inocencia en la mirada”. Faltaba inocencia. Donde Witkowski escribe descubrimiento científico cabría escribir arte y la afirmación resistiría.

Podemos dar por estudiadas, que no respondidas, las preguntas iniciales y seguir encontrando en la biblioteca otras reflexiones más o menos escondidas de Rimbaud, Barthes, Benjamin, Baudelaire, Montaigne, Schiller, o releer fragmentos literarios de Martín Gaite, Eliseo Diego, García Lorca, Antonio Machado, en los que la infancia tiene nombre de juguete: Homo ludens. Gracias, Huizinga, por tener el gran acierto de no acertar a la primera.

AQUÍ HAY LIBROS es una sección de este blog dedicada a presentar libros que están al alcance de la mano en las estanterías de la biblioteca de La CALA.

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