No quiero contar mi vida. Karl Vossler escribe sobre el pudor.
El relato autobiográfico ocupa ahora mismo un lugar cuantitativamente importante en la novela, el cómic, el cine y el documental. El gusto de escritores y lectores por esta proximidad del lenguaje a referentes conocidos, privados, incluso íntimos tiene abundantes argumentos de defensa y numerosas explicaciones; no se utiliza mucho la palabra realismo, ni neo-realismo, pero subyace en todas estas obras el ideal de representar con exactitud (algunos la llaman sinceridad) un pedazo de realidad cotidiana que se deja atrapar directamente por los sentidos.
Entre los comentarios de defensa de esta actitud literaria se esgrime que es fruto de una victoria sobre el pudor. El pudor no es un tema extraño a la crítica literaria; cuando el hispanista Karl Vossler se puso a analizar el realismo en el Siglo de Oro español, concluyó: “Tan pronto como los poetas presienten, o reconocen, que no pueden evitar de ninguna manera el exponer sus íntimos sentimientos con su lenguaje, y que siempre, voluntaria o involuntariamente, la poesía es denunciadora de los secretos del alma, se despierta en unos más y en otros menos enérgicamente, el deseo de velar o encubrir su mundo interior, es decir, de no mostrarlo impúdicamente desnudo, sino revestirlo con artístico decoro presentándolo objetivamente asimilado a la realidad. Inspirado en este pudor literario, el padre del realismo moderno, Gustavo Flaubert, proclamó el principio de un arte impersonal, con el que aconsejaba al poeta, no la abolición de su personalidad -lo que sería imposible-, pero sí la subordinación y disciplina bajo la ley del arte.”
El libro de Vossler: Literatura española. Siglo de Oro es un regalo para la memoria y el entendimiento, lo que no me impide, al contrario, discutir semejante afirmación o, por lo menos, discutir la generalización de la misma.
Quiero pensar que no utilizar materiales biográficos como argumento de las obras literarias (de aquellas que tienen argumento) es una decisión tomada mayoritariamente a partir de criterios artísticos y no por el impulso de algún rasgo de personalidad más o menos incontrolable, tal el pudor. Un pudor, por cierto, al que hoy se le atribuyen cualidades negativas con la misma gratuita superficialidad con la que en otras épocas se le atribuyeron positivas.
Quienes en nuestro presente defienden una obra apelando al estado psicológico del autor, la falta de pudor en el caso que nos ocupa, durante el proceso de creación de la misma, quienes reivindican la relación automática entre esta falta de pudor y algo como el valor literario, confunden el sujeto con el objeto, confusión que suele acarrear algunas calamidades en cualquiera de los dos sentidos que se presente. Confusión interesada que renueva otras más clásicas, aquellas que volvían objeto de admiración las obras del monje, del revolucionario, de la celebridad, solo por ser ellos mismos admirados. A esto se le llama, no sé si con ambigüedad calculada o no, poner la vida por delante, y provoca que el debate crítico se desvíe hacía la diferenciación entre escritores reprimidos y liberados, cuando de lo que se trata es de algo tan antiguo como encontrar una definición de realismo, para los que nos conformamos con eso, y una definición de verdad para quienes encuentran sosiego en la identificación: a es a.
Los escritores que renunciamos al anecdotario personal; mejor dicho: cuando los escritores renunciamos al anecdotario personal, no estamos más reprimidos, ni somos menos valientes, ni menos sinceros que cuando exhibimos las notas de nuestra agenda; y tampoco estamos más alejados de la representación de la realidad (a no ser que cultivemos géneros maravillosos), cuando en nuestra obra renunciamos a identificar la calle en la que nacimos, a quiénes hemos amado, la canción que más veces hemos escuchado en nuestra vida y la marca de nuestro güisqui favorito.
Sí, el tema del realismo es un buen tema. Volveremos sobre él.
Esta entrada en la sección (Aquí hay libros) la ha disparado la aparición de la palabra pudor en el texto de Vossler. El verbo disparar y el sustantivo disparate interesaron a José Bergamín. La edición de Literatura española. Siglo de Oro que hay en la biblioteca de La CALA es la de 1941, y está impresa en México D.F. por Editorial Séneca, fundada unos meses antes por Bergamín, recién llegado al exilio.
Hay otros libros de Editorial Séneca en esta biblioteca, uno de ellos es la primera y polémica edición en español de Poeta en Nueva York de Federico García Lorca.
Los libros de Editorial Séneca no son llamativos, hay días que pasan desapercibidos en los estantes dedicados a poesía y a estudios literarios.
Este ejemplar de Literatura española. Siglo de Oro tiene varias páginas marcadas con el sello de un colegio jesuítico de una urbe latinoamericana; esto invita a pensar que se trata del fruto de un expurgo. En la biblioteca de La CALA hay decenas de libros provenientes de expurgos, libros que encuentran refugio entre estas paredes en ese instante que precede a su destrucción.
La misma tarde que leo el libro de Vossler releo Pic-nic de Fernando Arrabal en un ejemplar desencuadernado, también proveniente de un expurgo, esta vez el de una biblioteca municipal de un pequeño pueblo aragonés.
La introducción a esta edición de Pic-nic la escribe Ángel Berenguer. Al lado de pasajes esclarecedores y relevantes acerca de la génesis del texto; junto a claves literarias de lectura que favorecen el disfrute de la obra (el reconocimiento de la dicotomía verosímil-inverosímil), aparecen comentarios que hoy me hacen sonreír y que quizás tomé muy en serio la primera vez que los leí. Es el caso de la explicación acerca de la escasa importancia que Arrabal otorga a la relación entre dos personajes de la obra, el señor Tepán y su esposa la señora Tepán; dice Berenguer: “permítasenos señalar aquí una posible injerencia de la mediación autobiográfica que, en esta primera obra de Arrabal, y dado el contexto en que fue producida, nos proporciona ciertos elementos explicativos. El padre de Arrabal sufre la incomprensión de su esposa durante su permanencia en la cárcel”.
La sonrisa crece, se multiplica, se vuelve interrogante: ¿es Arrabal un escritor pudoroso? ¿Es Pic-nic una obra realista? ¿Qué nuevos libros valiosos traerá hasta esta biblioteca el próximo expurgo?
AQUÍ HAY LIBROS es una sección de este blog dedicada a presentar libros que están al alcance de la mano en las estanterías de la biblioteca de La CALA.





