La CALA: lugares comunes.

Tienen mala fama, los despreciamos o los rechazamos, sobre todo cuando es el otro quien los utiliza, quien intenta argumentar con ellos; son los lugares comunes, también los llamamos tópicos.

Sin embargo, parece ser que los necesitamos, que nos ayudan a organizar nuestra visión del mundo. Son útiles, por eso permanecen vivos, algunos siguen siendo los mismos desde la antigüedad clásica.

Sirven para comunicarnos, nos permiten resolver eso que Roland Barthes (“La retórica antigua”) calificaba como la angustiante pregunta: “¿qué decir?”.

Disponer de un lugar común siempre ayuda a avanzar en la conversación, y mucho más en el discurso; curas, abogados, políticos y publicistas lo saben mejor que nadie. Alabar las bondades de lo que perdura contra viento y marea o sacar a relucir el lugar común opuesto: alabar las bondades de lo que cambia, siguen siendo dos argumentos de peso y nadie se espanta de que los dos alcancen semejante intensidad argumentativa diciendo, como dicen, lo contrario, porque en realidad no están diciendo mucho mientras no expliquen a quien escucha o lee qué hay que conservar o qué hay que cambiar.

En La CALA durante catorce años hemos escuchado elogiar la paz de la vida en el campo, en este campo; la bondad de los espacios y los tiempos que propician el encuentro entre personas, refiriéndose a nuestras convocatorias públicas; la belleza inherente a las obras de arte que se exponen en nuestra sala; y la sabiduría que proporciona la enorme cantidad de libros de nuestra biblioteca.

Son tópicos, algunos tan antiguos como el “locus amoenus”, ese lugar necesariamente situado en la naturaleza y en el que la conjunción de todas o parte de las virtudes que acabamos de enumerar hacen que la vida sea placentera. (Al hilo de la importancia de la identificación entre placer y naturaleza anotaremos que entre las metáforas más frecuentes con las que se denomina a La CALA aparecen: oasis, isla, paraíso).

¿Quién puede negar que en La CALA confluyen paz, belleza, bondad y sabiduría? Yo no me atrevería a hacerlo; pero, siguiendo el consejo de Perelman y Olbrechts-Tyteca (Tratado de la argumentación), le pediría a quien expusiera semejante argumento que intentara explicar cada uno de esos lugares comunes. Porque las preguntas nos siguen interrogando, que es lo suyo: ¿qué quieren decir paz, bondad, belleza y sabiduría? ¿Esos conceptos están indisolublemente unidos a los espacios, acciones u objetos a los que se les atribuyen? Concreto la pregunta: ¿vivir en el mundo rural asegura la paz? ¿Cualquier obra de arte es bella? ¿Los encuentros sociales nos hacen siempre mejores personas? ¿Todos los libros trasmiten sabiduría? Las respuestas son negativas, y son negativas porque las preguntas interrogan sobre totalidades, el problema es “siempre”, “todos”, “cualquiera”, el problema es esta dificultad del lugar común por diferenciar, esta incapacidad para aislar el caso único es la que impide un pensamiento crítico.

El lugar común no puede decir nada acerca de la realidad porque la precede, él ya estaba ahí cuando apareció tal o cual realidad, y obliga a esta a acomodarse a su argumentación: si la vida en el campo es tranquila, en La CALA tiene que respirarse tranquilidad; si los libros son fuente de saber y la cantidad es un valor positivo (más es mejor), la biblioteca de La CALA tiene que proporcionar abundante sabiduría.

¿Por qué preferimos una realidad pre-fabricada a la que se construye o se destruye delante de nuestras narices?

Los lugares comunes expresan valores, positivos o negativos; los valores forman parte de la ética; la ética es la manera que tenemos de relacionarnos con nosotros mismos y con los demás.

Los lugares comunes intentan, mediante la persuasión del discurso, imponer una ética. Otro error, el segundo: la ética debería ser fruto de una relación dialéctica que evite cualquier imposición.

Donde hay imposición hay alguien que impone, hay ejercicio de poder. ¿Quién decidió que la vida en la naturaleza era fuente de paz, los señores o los esclavos? ¿Quién convenció a sus semejantes de que la sabiduría se encerraba en los libros, los autores, los lectores o los editores? ¿Quién obligó al arte a ser bello, los artistas, los reyes, el clero, la burguesía?

La paradoja de los lugares comunes que le sirven a los visitantes de La CALA para llevar a cabo algo parecido a una defensa de esta casa es que están dejando de ser comunes.

Los discursos, abundantes, que hoy se refieren a actividades culturales y artísticas desarrolladas en el mundo rural evitan hablar de paz, belleza, bondad y sabiduría; buscan otros lugares comunes o intentan crear algunos nuevos. Están de moda (entiéndase la expresión en términos estadísticos) las argumentaciones que valoran la resistencia y lo cooperativo-colaborativo-comunitario, conceptos regidos por el prefijo de compañía co-, reminiscencias de aquel lugar común triunfante en el siglo XX que se formuló como “el pueblo unido, jamás será vencido”. También acuden al discurso laudatorio otros prefijos que llegan a tener tanto o más significado que el sustantivo al que acompañan; trans- y eco- son ejemplos que permiten amplias declinaciones.

El primero, trans-, que significa “al otro lado”, remite al lugar común del “plus ultra”, y de sus corolarios: atravesar fronteras, sobrepasar los límites, viajar en sentido literal y, sobre todo, metafórico cuando, paradójicamente, lo que se pretende es resistir en el espacio en el que se habita.

Eco- precede del griego “oikos”, que definía un modelo de organización familiar y social complejo, autárquico, y que podemos traducir generosamente como casa. La aparición en 1869 del término ecología y el desplazamiento de significado desde casa a planeta, permiten hoy hacer un uso generoso de este prefijo.

Trans- y eco- son actualizaciones de global y local, que sintetizan en glocal, término que se puso de moda a principios de este siglo. Este es el nuevo lugar común: lo glocal es bueno, dice el lugar de lugares, y tiene muchas posibilidades de perdurar porque abarca todo: otra vez la ausencia de diferenciación, el desprecio al caso único.

El caso único no está bien visto; sin embargo, quizás mereciera la pena dedicarles tiempo uno a uno, a todos los casos únicos, que son todos, que somos todos, sabiendo de antemano que la tarea no tiene fin. ¿No es así como funciona el conocimiento? Además, quizás plantear algo inalcanzable nos evitara estar pendientes del éxito de la labor acometida y por tanto renunciar con alegría a esa otra retórica necesidad de anteponer la respuesta (solución) a la identificación certera de la pregunta (problema).

Mientras tanto, lo inmediato es saber si estos prefijos co-, trans-, eco- sirven, a quién le sirven y para qué. Y empezar a pensar cuáles serán los siguientes lugares comunes, si aparecerán nuevos o se recuperarán algunos en desuso.

El pensamiento y la creación exigen el alejamiento de los lugares comunes.

Para alejarse de los lugares comunes hay que saber dónde están, reconocerlos debajo de todas sus representaciones verbales, visuales, sonoras, incluidas la del discurso aparentemente subversivo; hay que escuchar y escucharse, los demás los están utilizando ahora mismo, nosotros también.

En La CALA llevamos tiempo intentando desentrañar los abusos de la retórica, los espacios donde aparece, los discursos que la explotan, los autores que se sirven de ella. En eso estamos, este año ha sido esta propia casa la que se ha puesto frente al espejo. Este texto es prueba de ello, hay otras: La CALA: Lugares comunes y Happening Serigráfico con Natalia Royo.