Queridos monstruos.

Queridos, deseados, buscados, creados, parece que nos cuesta vivir sin monstruos a nuestro alrededor. En la biblioteca de La CALA abundan, ocupan buena parte de un tercer estante, al alcance de los niños.

Es lógico que los monstruos habiten las bibliotecas, durante siglos los monstruos vivían en los libros. A pesar de los intentos de Homero, San Agustín, John Mandeville, Ambroise Paré y de tantos otros por hacer creer a sus contemporáneos que los monstruos habitaban desde tierras incógnitas hasta algún barrio de París, lo cierto es que fuera de libros, pinturas, esculturas, dibujos y tapices no se prodigaban y la población tenía que conformarse con el relato de su existencia o forzar el concepto y admitir dentro de la categoría a seres deformes o mutilados por causa de nacimiento, accidente o enfermedad.

Que nadie se encontrara con ellos a la vuelta de una esquina no menguaba su importancia; se sabía que estaban ahí, que no eran fruto de la imaginación, se les reconocía en su ambivalencia simbólica: eran, a la vez, fruto del poder de Dios que podía permitirse hasta crear monstruos, y expresión del mal.

Diferentes, extraños, dañinos, muchas veces feos, y poco dados a procrear. Excepcionales, pero nunca insólitos; al contrario, hasta el Renacimiento a casi todo el mundo le parecía normal que existieran. Y más allá: se necesitaba su existencia porque intelectualmente permitía justificar lo desconocido y lo inexplicable, y moralmente permitía situar el mal fuera de los seres “normales”, volverlo ajeno, juzgarlo y condenarlo, eximiendo de responsabilidades.

Y no fueron las críticas de Luciano de Samosata en el s.II, ni las de San Bernardo de Claraval en el s.XII las que acabaron con estas creencias; fueron las navegaciones, los descubrimientos geográficos, las crónicas, los mapas, los avances científicos, los hechos empíricos los que fueron desterrando poco a poco la idea de la existencia de los monstruos.

Un buen día (disculpen la metonimia) dejó de haber monstruos, el mismo día que una buena parte de la humanidad decidió crearlos. Salieron de la vida cotidiana por la puerta de la iglesia, la religión, el catecismo y volvieron a entrar por espacios de representación tan diversos como la literatura, incluida la infantil; la caricatura satírica, el cine, el cómic, la tv, los videojuegos, el arte.

Su función ha cambiado, ahora los convocamos para disfrutar del miedo (de mentiras), provocarnos risa o hacernos compañía.

Ya no son criaturas de dios, sino de autores de carne y hueso, mayoritariamente artistas. Ya no son portadores del mal; han diversificado sus funciones: provocan susto, ofrecen afecto, trasmiten valores estéticos. Ya no trabajan para la iglesia, ahora están en nómina de las grandes empresas y producen pingües beneficios en las subastas de arte, en las taquillas de los cines, en las ventas de best-sellers.

Del mal, ahora, nos encargamos cada uno de nosotros, usted y yo, este ha sido el gran descubrimiento de la Modernidad al que contribuyeron ciudadanos tan dispares como Goya, Freud o Kafka.

Quizás por esto, durante el siglo XX, exceptuando algunos poderosos, casi irreales de tan poderosos, la mayoría de la gente evitó el retrato naturalista que les devolvía su propia cara y prefirió la versión deformada, caótica, monstruosa, como si se sintieran más cómodos con esa imagen.

Hasta que llegó el selfie que, devolviéndonos a todos nuestra cara y nuestro cuerpo, deja bien claro que ya no hay nada de lo que asustarse, nada que temer: el mal ya no existe. Todos somos buenos. Todos, eso es importante.

P.S.: En las imágenes que acompañan este texto pueden leerse nítidamente títulos y autores de libros que contienen monstruos y que están en ese tercer estante de la biblioteca de La CALA. Hay monstruos en otros estantes, en otros libros, en los de literatura fantástica, en los de anatomía, en los de arte (que tienen el arbitrario privilegio de guardarse en una estantería con puertas de cristal) en los de diseño gráfico, en los infantiles, en los libros infantiles hay una cantidad desmesurada de monstruos. Y en los de Topor, claro.

Otro día sacaremos libros de esos estantes.

AQUÍ HAY LIBROS es una sección de este blog dedicada a presentar libros que están al alcance de la mano en las estanterías de la biblioteca de La CALA.